Bueno, pues hace mucho mucho que no escribo, pero el otro día me pidieron cuentas del resto del viaje por Italia, así que voy a relatar el Día 2: Los museos Vaticanos. Distancia aproximada recorrida: 9Km.
Toca diana un poco más pronto que el día anterior, porque hoy, a diferencia de ayer, esperamos mucha gente y además hay que recorrer todo Roma en eso que llaman Metro. Y es que uno, acostumbrado a las líneas de Madrid, que hacen que su subsuelo parezca un queso gruyere, se le quedan pequeñas 2 únicas líneas. Imagino que es porque es muy difícil excavar en Roma, no vaya a ser que te topes con algún resto romano, y se vaya a la mierda la línea del metro. Pocas líneas y mucha gente hacen que, sobre todo a primera hora, viajar sea un poco agobiante, y tengas que meterte casi casi a presión entre la gente. Ahí sentí hasta morriña oye, igualito que en la capital de España.
Llegamos a la parada del Vaticano, y casi casi lo primero que te encuentras son las murallas de la ciudad estado. Si sigues andando, llegas a la Plaza de San Pedro, pero para ver los museos vaticanos hay que dar una vuelta por la parte de fuera de las murallas hasta llegar a la parte de atrás. Cada esquina que doblábamos temíamos una enorme cola de turistas que, más madrugadores que nosotros, estarían agolpándose para entrar a ver la Capilla Sixtina y el resto de los museos. Pero no, no había nadie, no sabemos si se debe a algún fenómeno paranormal o qué, pero la cuestión es que llegamos tranquilamente y entramos a los museos (previo pago de 14€, claro. La cultura no es gratis).
Los museos vaticanos son un entramado de museos más o menos interesantes, que si el museo de las monedas vaticanas, que si el museo de los carruajes... pero en realidad, toda la gente que entra es para ver la Capilla Sixtina.
La escalera de caracol esta me encantó Matando el tiempo en los museos Vaticanos. Así que después de deambular varias horas viendo cositas, acabamos llegando a la susodicha capilla, donde a pesar de estar prohibida la realización de fotos, todo el mundo las hace, y nosotros no íbamos a ser menos, vamos, digo yo.
La estrategia era muy simple. Sentado en un banco, con Rodrigo y Fer delante tapándome. Al grito de "Ratzinger" se separaban un poco, lanzaba la foto, y la muralla se cerraba al grito de "Juan Pablo". Muy sutil todo, si señor.
Saca la foto desgraciado, que nos pillan...
Con el deber cumplido nos acercamos a la Piazza de San Pedro, que parece grande en la tele, pero que en la realidad es aún más grande. Recuerdo que, después de comer, estuvimos calculando su área para saber cuantos feligreses cabían y salían un quintal de ellos. La verdad es que impresiona tanto espacio así en vacío, y sobre todo impresiona el hecho de que se pueda abarrotar para ver a una persona en la que se tiene una fe ciega. Cosas de la religión, imagino.
Después de comer nos decidimos a entrar en la Basílica de San Pedro, que es el templo más grande de la cristiandad (me parece) y con razón. Altísimos techos y enormes estatuas decoran muchos de los rincones. Y de entre todas las estatuas, destaca la Piedad, protegida ahora tras un cristal antibalas desde que un desequilibrado decidió acercarse con un martillo y darle de golpes. Cosas de la religión, imagino.
Una vez visitada esta enorme basílica, y recordando los viejos tiempos en Florencia decidimos subir el muchillón de escaleras hasta llegar a lo alto de la cúpula (previo pago de 6 €, el deporte tampoco es gratis). Angosta subida donde, en algunos momentos me daba con ambos hombros en las paredes a la vez, pero la verdad es que la vista mereció la pena los más de 600 escalones que tuvimos que subir.
Pedro, desde aquí se ve tú casa...
Después una breve visita a las tumbas papales (visitar a los muertos si es gratis, curioso ¿verdad?) incluyendo la de Juan Pablo II (la única con guardia de seguridad, flores y gente rezándo) y, al salir, una foto a la famosa guardia suiza.
Estos perros no se quisieron hacer una foto al lado mío.
Si hubiera sido tía, quizá la cosa habría cambiado algo.
Derrengados iniciamos el camino de vuelta a casa, que fue de todo, menos recto. Paramos en la Piazza Nabona, que era un antiguo circo romano y mantiene su estructura para tomar un delicioso helado, y volvimos a pasar por la Fontana de Trevi.
Después de eso nos dirigimos al albergue y nos fuimos a cenar en una trattoria cercana que, si no recuerdo mal, estaba cerrada, por lo que acabamos cenando de nuevo en el italiano regentado por chinos.
El día siguiente tocaban museos capitolinos...